Salida de campo

 Gabriela Triana Méndez

Sin campo no hay ciudad

La vida del campo nunca había sido algo interesante para mí, a pesar de que casi toda mi familia viene de allí. Creo que ya me acostumbré mucho a la cotidianidad de la gran ciudad. Siempre que me invitaban a ir al pueblo, iba pero a regañadientes y predispuesta porque no me gustaba estar ahí. Cuando pensé que hacer para mí salida de campo, recordé esos momentos en los que no disfrutaba ir al campo, así que decidí darle otra oportunidad. 

Le pregunté a mi abuelita si me podía acompañar al pueblo, ya que no quería ir sola. A esto se unió mi mamá y mi hermano. Entonces, decidimos ir los tres hasta la finca de Cecilia, una amiga de mi abuelita.

El 7 de octubre, casi a las 7 de la noche, salimos rumbo al pueblo. A dos horas y media de Bogotá se encuentra Vianí, Cundinamarca, a una hora y media del viejo Armero. Para llegar ahí se sale por la calle 13, como quien va para Medellín, pero, a la altura de Albán, Cundinamarca, se toma la vía que va hacia Mariquita. El frío era el habitual de Bogotá y el tráfico estaba imposible a la salida de Fontibón pero aún así nos rindió mucho, aunque nos cogió la lluvia a mitad de camino. 

Todo el recorrido iba pensando cómo iba a ser el día siguiente, ya que quería si o si esta salida allá, porque no tenía más ideas de que hacerlo. Debo aceptar que iba un poco predispuesta, gracias a mis experiencias pasadas, pero a la vez sentía que iba a ser una experiencia diferente. A las 10:30 p.m. llegamos a la finca de la señora Cecilia porque ahí era donde nos iban a dar posada. Le comenté que si podía acompañarla a ver como era un día en su vida, le conté más o menos de qué trataba el trabajo y ella accedió sin problema.


Sábado 8 de octubre, 6:30 a.m.

Nuestro día comenzó a las 6:30 de la mañana cuando Cecilia me levantó para que la acompañara a ordeñar las vacas. No me quería levantar porque sentí que no había descansado lo suficiente ya que habían muchos bichos en la habitación y tenía sueño. La mañana estaba muy fría, tanto que sentía que si movía mucho las manos, se me iban a partir los dedos. La noche anterior había llovido, así que todo estaba mojado y embarrado. Me puse un pantalón de sudadera con una botas pantaneras y salí. Afuera, me entregó dos butacas plegables y me pidió el favor que las llevara porque ella iba a llevar unos baldes dónde iba a echar la leche. Mientras bajábamos por un estrecho camino hasta donde se encontraba el ganado, y después de resbalarme cómo 3 veces, pensé si era justo y necesario seguir con esta salida. La vista era hermosa, como estaba nublado, no sé podía apreciar bien las montañas al fondo, pero Cecilia me contó que, cuando estaba despejado podía ver el río Magdalena y hasta el nevado del Ruiz. 

Para despejar mi mente y no pensar en mis manos congeladas y el sueño que tenía, empecé a hacerle charla a Cecilia.

  • ¿Por qué ordeña las vacas tan temprano?

  • Porque toca hacer la cuajada y también toca darles comida, entonces de una vez se aprovecha y se ordeña. 

Cuando llegamos al potrero dónde estaban las vacas, me emocioné mucho porque ví terneros. Había dos, uno café y otro blanco con café.

Me di cuenta que uno de esos terneros estaba amarrado, me dio mucho pesar porque estaba tratando de jalar para ir al lado de su mamá.

  • ¿Por qué lo tiene amarrado?

  • Porque se le toma la leche a la vaca - me dijo casi burlándose de mí.

Ahora, empezaba lo bueno. Cecilia me pidió que lo ayudara a acomodar las vacas, ella acomodaba una y yo la otra. Las amarramos en una estructura hecha de madera para que se quedarán quietas mientras las ordeñábamos y también les amarramos las patas, para que no nos fueran a patear mientras recogíamos la leche. Acomodamos las butacas frente a las ubres y me explicó cómo se hacía para que saliera leche. Se tiene que espichar suavemente, "hágalo con el dedo gordo y el otro" me dijo mientras me mostraba cómo coger la ubre.

Estaba nerviosa y un poquito asqueada, porque la textura de la ubre me molestaba un poco, se sentía fría y como pegajosa, era una textura rara. Cuando intenté hacer lo que me dijo, la vaca se movió un poquito e intentó patearme. Quité la mano rápido y grité un poquito. "Hágale sin miedo que no le va a hacer nada" Cogió mi mano y ella misma hizo el movimiento y salió la leche. "Siga así" dijo y le pude coger el tiro a hacerlo. Ella llenó su balde en menos de nada y yo seguía de a poquitos llenando el mío.

Cómo ella terminó primero que yo, se paró a acomodar la comida. Les echó paja mezclada con pasto y un tipo de concentrado. Terminé de ordeñar mi vaca y moví el balde al lado de donde lo había dejado ella y le ayudé a acomodar bien la comida para los terneros. De un momento a otro, empezó a gritarle a la hija para que abriera una llave. 

  • ¿La llave de qué?

  • Del agua de las vacas.

Atravesando el potrero, había una estructura hecha con tubos de PVC azul, parecida a una manguera amarrada con cuerdas que iba desde la casa y bajaba hasta al lado del comedero de las vacas. Esperamos a que se llenara lo suficiente para que alcanzara para las vacas y los terneros. Con cuidado, empezamos a subir la leche que habíamos recogido y la llevamos hasta la cocina. Ya el frío no era tan fuerte y la hija de Cecilia nos tenía aguapanela caliente. 

Sábado 8 de octubre, 7:50 a.m.

Me tomé la aguapanela con una arepa que había hecho mi abuelita y decidí acompañar a Maireth a echarle de comer a las gallinas. Primero, rallamos unas zanahorias para darles complementadas con el concentrado que le dan. Rallamos 1 kilo. El galpón quedaba justo enfrente de la casa, era un lugar rústico, hecho con guadua y cubierto con la misma lona que ponen cuando están arreglando las calles. Olía a gallina, no hay otra explicación, era como una mezcla de popó y concentrado más el olor particular que tienen las gallinas. Este galpón está dividido en cuatro secciones, la primera tiene las gallinas con los pollitos recién nacidos, la segunda, a las gallinas más viejas, en la tercera las gallinas ponedoras que están sanas y jóvenes y en la última, las gallinas enfermas. En cada sección, hay comederos dependiendo de la cantidad de gallinas que hay en él y una especie de cajones con paja en el que algunas gallinas ponían los huevos y los calentaban.  

Empezamos con las gallinas que estaban más alejadas, o sea las que estaban enfermas. Habían 3 no más. “estas están como malitas” me dijo Maireth. Mientras ella les ponía la comida en los comederos, yo recogía los huevos que tenían en el cajón. Uno de ellos estaba lleno de sangre. 

  • Mira este - le dije

  • Si, por eso la tengo acá, no sabemos que tiene y mañana viene un señor a revisarla.

Guardé los huevos en una caneca que llevaba y salimos a la siguiente sección. me di cuenta que las gallinas con pollitos bebés son un poco más bravas de lo normal, porque cuando entramos a la sección, se vinieron todas a atacarnos. así que tuvimos que entrar rápido para que no se salieran. Habían al menos 10 pollitos entre amarillos y negros. A ellas les echamos un poquito más de comida, porque tenían pero no era suficiente. salimos igual de rápido como entramos y fuimos directo a las gallinas viejas. A estas no les echamos la comida solo en el comedero, sino también en el piso para que no se empezaran a pelear entre ellas. En los cajones había tres huevos nada más, así que los eché en el balde. 

Cuando llegamos a la última sección del galpón, vimos que una de las gallinas se había salido y me tocaba acorralarla para que no se fuera. Nunca había alzado una gallina, entonces estaba nerviosa y tenía miedo que me aleteara en la cara. Maireth me explicó que debía cogerla con las alas pegadas al cuerpo. Al primer intento de cogerla, aleteo y me asustó. Le dije a Maireth que no podía cogerla, ella solo se rió de mí y me alentó a que la agarrara. Al segundo intento pude agarrarla y, literalmente, salí corriendo a dejarla dentro del corral. Cuando la gallina notó que estaba ahí, empezó a moverse y se me soltó. 

Solo me reí para no llorar y entré a sacar los huevos que estaban en las cajas. Estas eran muchas más y de ahí saque 65 huevos. Mientras daba la vuelta para mirar toda la sección y como las gallinas comían, vi que en un rincón habían puesto un huevo. Maireth me dijo que ellas ponían huevos por todo el corral así que empecé a buscar a ver si encontraba más. Entre la paja que tienen en el piso, encontré otros 8 más. 

Cuando terminamos, levantamos la lona que tienen como ventana para que les entrara el sol. Subimos otra vez a la cocina a seleccionar los huevos para venderlos y me explicó cuál era la diferencia entre los huevos a, aa, aaa. “Unos pesan más que otros” me explicó. Ella los ponía en una balanza y yo los acomodaba en las bandejas. 

Al lado, estaban haciendo la cuajada. En la estufa, tenían una olla grande donde pusieron la leche a hervir. Nunca había visto cómo se hace la cuajada y personalmente, no me gusta. En una olla grande echaron toda la leche que habíamos ordeñado y la pusieron a calentar. “eso se calcula al ojo” me respondieron cuando les pregunté cómo sabían que estaba ya lista la leche para echarle la sal. 

Todo este proceso se hace sin dejar de revolver y no es hasta que se le echa el cuajo que se para y se deja reposar unos minutos. Después de esto, se empieza a separar el suero de la cuajada y con ayuda de una tela, se empieza a escurrir el exceso de líquido. 

Sábado 8 de agosto, 12:50 m.

Después de bañarme y arreglarme, Cecilia me dijo que la ayudara a sembrar una matas de café que tenía. Salimos por la parte de atrás de la cocina y caminamos unos tres minutos hasta el cafetal, donde ya habían preparado los huecos en donde íbamos a sembrar el café. 

  • ¿Ustedes compraron las maticas?

  • No, la federación nos las regala - Dijo haciendo referencia a la Federación Cafetera de Cundinamarca - ellos nos dan las matas y nos ayudan a vender el café que cosechamos. 

Le quitamos las bolsitas que traían y con mucho cuidado las empezamos a meter entre los huecos. En ese momento, llegó Samuel, mi hermano, y dijo que quería ayudar. El cafetal era bastante grande y el cultivo era un poco más alto que yo. Las maticas estaban rojitas, porque el fruto estaba listo para ser cosechado. “Si quiere ayúdeme recogiendo los granos. Coja los que están bien bien rojitos, los otros no”

Me devolví a la casa y cogí un balde donde iba a echar los granos. Empecé desde la parte alta del cafetal, para terminar al lado de donde estaban sembrando los otros. Empecé a seleccionar grano por grano, como si estuviera escogiendo tomates en el fruver. Eché también los que eran rojos pero tenían manchitas verdes, porque una vez había leído que estos también sirven para sacar la producción de café. Me demoré más o menos media hora en recolectar lo suficiente para llenar el balde. Ahora, el frío se había convertido en un calor horrible. 

Bajé otra vez hasta la casa y ya el almuerzo estaba listo. Era sancocho con una gallina que ya tenían preparada desde el viernes. A mi el sancocho casi no me gusta, pero el hambre me ganó y me comí todo lo que me habían servido. El sancocho tenía el sabor de la leña, estaba muy rico y mi abuelita me sirvió más porque “tenía que recuperar fuerzas”

La tarde fue más bien tranquila. Llegaron algunos vecinos a comprar los huevos que habíamos recogido. Cecilia empezó a seleccionar el café pero se sentó a hacerlo con mi abuela, así que traté de descansar un rato leyendo un libro. Ya a las 7 p.m. sirvieron más aguapanela con arepa y nos alistamos para acostarnos a dormir. Mi cabeza tocó la almohada y caí rendida.

Ser campesino en Colombia realmente no es fácil. Es una labor única que ayuda al fortalecimiento de la sociedad. Sin campo no hay ciudad, he escuchado varias veces y no pueden tener más razón, el campo es la base de nuestra vida y del sustento que día a día se lleva a la casa. Debemos valorar un poco más la labor del campesino y comprarle, sin refutar, lo que venden.


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